Madre se quedó sin casa por la codicia de sus hijos; recibió noticia inesperada de su abogado que cambiaría su vida

A Rosa, la vida le cambió en un abrir y cerrar de ojos. Jamás hubiera imaginado lo que tres de sus hijos harían.
Madre se quedó sin casa por la codicia de sus hijos; recibió noticia inesperada de su abogado que cambiaría su vida

Escrito por Equipo Editorial

Última actualización: 22 enero, 2023

No siempre podremos advertir los giros inesperados que nos da la vida; los cambios abruptos en momentos de comodidad y los sucesos que, una vez suceden, modifican nuestra existencia para siempre. Esta es una historia como ninguna, en la que una madre recibió una noticia difícil de procesar.

¿De qué se trata y por qué fue así para nuestra protagonista? Quédate hasta el final para saberlo.

Rosa, una madre que formó a sus hijos en una mansión

En los mejores tiempos, Rosa vivía con su familia en una gran casa que su esposo había construido para ella cuarenta años atrás. La pareja crio allí a sus cuatro hijos: tres niños y una niña. Gozaban del amor que fortalecía su hogar, hasta que la historia tomó otro rumbo.

Rosa vivió la muerte de su esposo, el único hombre al que amó en toda su vida, su compañero y el padre de sus hijos. Sin embargo, estaba lejos de saber que pronto también perdería el amor de sus tres hijos varones. Aconteció cuando cumplió 73 años de edad.

Formó a cada uno de sus hijos con los mejores valores. Tras quedar viuda, sus hijos eran adolescentes a quienes acompañó para que se prepararan y construyeran un futuro promisorio. Jamás dejó caer su hogar y se encargó de administrar la herencia que su amado les había dejado.

Para este entonces, Denis, David y Daniel habían decidido vender la casa en la que vivían en familia, con el propósito de adquirir tres casas a las que cada uno podría mudarse. Esto sería posible con el dinero que les había dejado su padre, pero jamás pensaron en lo que Rosa y su hermana, que en ese momento no estaba cerca, querían.

Vendieron la casa, ¿qué hará Rosa?

Así lo hicieron. Los tres hijos de Rosa vendieron la casa y se repartieron el dinero. Jamás se lo dijeron a Delia, su hermana, pues asumieron que su parte del dinero seguramente la donaría a alguna acción benéfica; no estaba preocupada por volver, dado que se encontraba buscando curas para esas enfermedades a las que nadie parece encontrarle solución.

Luego de haber concretado el negocio, se felicitaron entre ellos, afirmando que su madre, una mujer inteligente y capaz, sabría muy bien vérselas por sí misma. Además, según ellos, era lo que tenían que hacer, pues de otro modo, Rosa jamás hubiera permitido la venta de la lujosa mansión.



No obstante, la historia era otra. Rosa se quedó apenas con el auto más antiguo de su esposo, en el que pasaba las noches y en el que incómodamente intentaba descansar. Las cosas eran demasiado difíciles para ella, pero encontró personas buenas que siempre que podían le tendían la mano.

Solía recordar a su esposo, pero también a la hija ausente. Delia se había ido de casa a construir su futuro; logró ser una investigadora médica con un alto prestigio, de quien su madre siempre estuvo orgullosa, pero no sabía nada de lo que estaba pasando.

El gran día del reencuentro estuvo muy cerca. Rosa estaba frente a su hija y no habría podido reconocerla de no haber sido porque era su madre. Sabía identificar muy bien esos rasgos que la distinguieron tanto desde niña, además de la mirada que no confundiría nunca. Ella había llegado para apoyarla, gracias a un vecino que se ocupó de contárselo todo.

La noticia que llenó de flores la vida de Rosa

Delia no solo había llegado para acompañar a su madre, sino que también era portadora de una gran noticia. Se la llevó para un sitio, según ella, muy especial, que la estaba esperando.

Pronto estuvieron frente a una vieja, pero preciosa mansión: era su antigua casa. El corazón de Rosa se conmovió tanto, que pronto las lágrimas empezaron a rodar por sus mejillas. El lugar en el que crecieron sus hijos, en el que su amado le prometió amor eterno y en el que pasó los mejores años de su vida, se había vendido.

“¡Yo la compré, mamá!”, dijo Delia.

Rosa no podía creer lo que escuchaba. Delia defendió su sorpresa, convencida de que esta sería una gran lección para sus hermanos, pues también decidió poner una demanda por estafa contra ellos, lo que implicó vender las casas modernas adquiridas para pagarles.

Así, finalmente, la codicia no pudo llevarse el refugio de Rosa. Delia le entregó las llaves a su madre, quien, como siempre debió haber sido, era la dueña de aquel lugar.

Algunos días después, Rosa atendió al teléfono; era el abogado de Delia. Llamaba para confirmarle que era oficialmente la propietaria de la mansión.

Volvieron las paredes de ensueño, el techo y el suelo que fueron testigos de tanta vida. El lugar, que era más suyo que de nadie más, le fue regresado. De la mano de su hija, pasará allí el resto de su vida.