Carta de despedida: así dijo adiós una mujer a su marido fallecido
Pocas cosas suelen ser tan dolorosas en el camino de la vida como enfrentar la pérdida de alguien a quien amamos. En esos casos, el dolor parece instalarse en el pecho cual raíz crece dejando a su paso lágrimas y nostalgia. Sin embargo, siempre hay espacio para liberarse a través de una carta de despedida.
En momentos como estos, cuando hay tanto que decir y sentir, las palabras cobran especial importancia como medio para dejar ir la intensa pena. Este es el caso de una mujer que decidió hacerlo a través de unas sentidas palabras.
Esta es mi carta de despedida. Para ti, amor mío
¿Sabes? Tengo vivo el recuerdo en mi memoria cuando tu corazón dejó de latir. En ese momento tenías apenas 25 años y tu respiro se fue en lo que era una cirugía de bajo riesgo, como me aseguraron reiteradamente los médicos.
Cuando supe que te habías ido para no volver, un vacío se instaló en mi pecho. Desconsolada y buscándote desesperadamente, solo podía preguntarme por qué te había pasado esto a ti y a la vez, porque a mí.
Estos primeros meses transcurrieron con esta pregunta y sin ninguna respuesta. Hasta ese momento, en mi corazón, no había razón lógica que pudiera calmarme. No sabía por qué te habías ido, no existía ninguna razón o plan superior o divino que pudiera explicarlo hasta entonces. A la distancia, lejos de mí, nuestros sueños quedaban sin impulso.
Para cuando te fuiste, sentí que nuestros planes quedaban a la mitad. Estábamos intentando tener hijos en el hogar que ya estábamos construyendo y de la que ya eran parte nuestros compañeros peludos. Los planes de una vida juntos ya se estaban materializando, pero todo cambió. Ya no estabas y sentí que ya nada valía la pena.
¿Por qué el cielo te había elegido precisamente a ti? ¿A ti, mi compañero de vida? ¿Por qué tú si nos hacía falta cumplir tantos sueños?
Mientras yo intentaba encontrar respuestas, todos a mi alrededor vivían con la pregunta eterna de si estaba triste. La verdad es que hubo un momento en el que dejé de estarlo, pues la tristeza se había transformado en rabia y malestar. En su intento por consolarme, me aseguraban que debía estar tranquila, después de todo, “me quedaban tus cosas”. ¿De qué me sirve todo lo material si eso no te traerá de vuelta? Cómo odiaba sus comentarios.
Como si una nueva categoría se impusiera sobre mi vida, sentí el tránsito de mujer a viuda. En mi soledad y en medio del enojo, morder la almohada era la única forma de expresar mi dolor y dejarlo salir de mi pecho. Esta cama en la que dormimos juntos se convirtió en mi lugar seguro, mi refugio y a la vez, mi cárcel.
¿Cómo se prepara uno para una pérdida como esta? ¿Hay forma de hacerlo? Solo el tiempo sigue haciendo énfasis en que la tranquilidad llegará a mi pecho. Que tu, aunque no estés físicamente, no significa que no estés en la brisa, en el sol que caliente mis mejillas o en la risa que me falta. Solo te irás cuando te haya olvidado y lo cierto es que haces parte de mis sueños constantemente.
Ahora te encuentro. Por fin te encuentro. Estás en la melodía de esas canciones que tanto disfrutabas, en el corazón de tus padres cuando me ven llegar, cuando llevo puesto algo que me regalaste, cuando percibo tus facciones, en tus familiares, en los detalles del mundo, allí te encuentro. Nadie puede negarme que estás allí.
No puedo mentirte, aún hay días en los que cuesta más que nunca. Sin embargo, ahora que te hallo en otros lugares, siento que me abrazas y mi corazón se calma más rápido que antes, aun cuando no dejo de imaginarte en las familias que veo mientras camino por un parque, dibujándote allí con los hijos que no tuvimos.
Ahora puede ser que tenga la respuesta y es que te llevaron de mi lado a ti, y no a otro al que tal vez sus hijos sí pudieran extrañar y necesitar, aunque yo sí te extraño y te necesito. Aun así, voy uniendo mis pedazos para que sigas viviendo en mí.
Mientras mi enojo termina de irse, guardo en mi corazón nuestro siguiente encuentro, pues confío en que un día te volveré a ver.